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viernes, 14 de octubre de 2011

JORGE PIZZANI

Jorge Pizzani Junto a lucia Pizzani

se considera caraqueño a pesar de vivir en Turgua, donde tiene su casa y su taller de pintura. En su mundo ideal, imagina al Louvre plantado en el medio de esta capital, y a París con el clima de Caracas

Pasó su infancia en las llanuras de Venezuela. Fue de grande que se acercó a Caracas añorando, a veces insospechadamente, el ambiente provinciano de su niñez. Estudió en un liceo de Catia, en otro de El Paraíso y, luego, en el Instituto de Diseño Neumann, iniciándose en las artes. Así se enserió con la pintura y se fue seis años para Europa. Al regresar ya tenía un oficio definido, mas no un lugar. Unos años en La Boyera le bastaron a su imaginario para verter tantas nostalgias en la construcción de un mundo personal. ¿Dónde? En Turgua, Aragua, y allí tiene 20 años dejando volar su creatividad en la blancura de los lienzos. Sin embargo, desde aquel contexto, el de una naturaleza prodigiosa, su talento lo devuelve con sutileza a la urbe que él confiesa adorar.

"Es muy raro -dice Jorge Pizzani, pero cuando estoy en la ciudad suelo pintar paisajes, y cuando estoy en los paisajes suelo pintar la ciudad". Y esto viene de antes: viviendo en París, no por casualidad hacía enormes horizontes colmados de verde. Con esa contradicción se topa hoy en su estudio de Turgua; enfocado en un nuevo cuadro, de pronto le sorprende la aparición repentina, entre trazos y colores, de algún amigo suyo, de algún rostro familiar, de alguna escena caraqueña.

"En mis obras siempre fluye Caracas. Lo importante es que para mí ella es más que arquitectura o una simple visión de la naturaleza. Yo veo a la ciudad en mis amigos, en las galerías, en ti, en sentarme en un café. Hasta el conflicto político es para mí parte inseparable de la capital".

Pizzani (quien se considera caraqueño aunque haya nacido en Los Llanos y ahora viva en la periferia) es uno de los pocos ciudadanos que dice no sufrir esta urbe. En promedio viene acá cuatro veces por semana y siempre disfruta la visita pues, ante todo, se impone el requisito de evitar las horas pico y las colas, y con eso se ahorra el mayor de los disgustos. "Es que aquí uno ya sabe qué va a pasar un viernes, un día de cobro o una noche de luna llena", señala.

Lo otro que le encanta es la temperatura, el perfume de la metrópolis y su constante alternancia del color, a veces hay mucho y a veces poco, todo depende del día, del ánimo de la gente y de la situación social del momento, razona.

Si estuviera a su alcance, intervendría el Guaire porque cree que el alma de las ciudades está allí, en el río que las atraviesa. Enemigo de las aglomeraciones, él prefiere los espacios públicos, aunque acá, dice, sus opciones sean reducidas. "¿Dónde voy a caminar hoy? -se pregunta. ¿Por Sabana Grande? Eso era antes, en una época que por fortuna viví, cuando aquello estaba lleno de cafés y poetas, escritores, pintores y jugadores de ajedrez". Pero eso cambió, lamenta, y por ende ahora es más dado a fiestas entre amigos y reuniones en casas.



Como buen artista, no lo niega: ama París. Sin embargo, no jerarquiza, "París y Caracas, o Caracas y París, como quieras". Si de jugar al Todopoderoso se tratara, él arrancaría de raíz algún museo de la capital francesa y lo sembraría en nuestras calles. Elegiría el de Rodin, o seguro el de Picasso; no, mejor el Louvre. Si el ejercicio fuese al contrario, por supuesto que se llevaría el clima caraqueño para extenderlo a lo largo de los cielos parisinos. "Ellos añoran nuestros aires como nosotros su cultura". Pero no hay manera de mover el planeta, y no importa, a él le basta con vivir en este clima, pues, por lo demás, para la cultura y los museos, él sonríe como quien le gana una batalla al Primer Mundo: "Para eso existe Internet".


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